Hay novelas que leemos en distintos momentos de la vida y que, por un motivo u otro, se enquistan en nuestra memoria y no se desprenden de ella.
No en todos los casos se trata de obras excepcionales; algunas solo obtenderían la calificación de aceptables si nos pillan especialmente generosos. Pero la permanencia en el recuerdo, ya se sabe, no depende necesariamente de la calidad literaria, sino también de las circunstancias en que esas páginas se leyeron, de las expectativas que teníamos al adentrarnos en ellas, de las necesidades que satisficieron o despertaron, en fin… de un sinfín de cosas que no viene al caso pretender enumerar.
A continuación anoto siete libros que leí durante mi niñez, mi juventud o mi madurez (todavía no califico como senior, así que los de la vejez quedan pendientes), y que siempre he deseado releer. En algunos casos no lo he hecho porque no he vuelto a encontrar una edición; en otros, por temor a que en un reencuentro no queden a la altura de mis expectativas. Y muy a menudo ha sido por falta de tiempo: por la necesidad de dedicar las horas de que dispongo para leer por placer a nuevos títulos que me hacen tentadores guiños, prometiéndome villas y castillas, y no a la relectura de los ya conocidos. Aun así, no pierdo la esperanza de volver a “hincarles el diente” algún día a estas obras. Las enumero sin ton ni son, tal como me vienen a la mente:
Los Thibault
Roger Martin du Gard (Francia)
Un fresco monumental, con personajes entrañables, a quienes recuerdo de forma más vívida que a mucha de la gente de carne y hueso que he conocido. Ocho novelas que se encadenan para relatar el devenir de dos familias y de un país, escritas por el más injustamente olvidado de los ganadores del Premio Nobel de Literatura. ¡¿Por qué diablos no me he vuelto a leer esta joya?!
El país de las sombras largas
Hans Ruesch (Suiza)
Nunca pasé tanto frío como en los días en que disfruté este relato sobre la vida y las costumbres de los esquimales. Muchos años después, me enteré de que su autor, un exitoso piloto de carreras de automóviles devenido escritor, nunca puso un pie en el Ártico en toda su vida. Es admirable que lograra alcanzar ese grado de verosimilitud al escribir esta historia.
Nobi
Ludwig Renn (Alemania)
Uno de los más gratos recuerdos literarios de mi infancia. La historia de un jovencito de una tribu africana que tiene el don de comunicarse con los animales y que se enfrenta a los negreros que llegan a las costas en busca de esclavos.
El rojo y el negro
Stendhal (Francia)
Ah, Matilde, Luisa y Julián, ¿qué mejores maestros para la educación sentimental de un adolescente? Recuerdo que leí la mayor parte de esta novela en los largos viajes que hacía, en ómnibus destartalados (y repletos), en La Habana de principios de los 1970… ¡Qué saludable abstracción de la realidad!
Epepeh
Ferenc Karinthy (Hungría)
Es una de las historias más perturbadoras, opresivas y fascinantes que he leído jamás. Una metáfora oscura, perfecta, sobre la incomunicación y el aislamiento. No estoy seguro de que pueda reunir el valor para releer este libro, aunque, tratándose de una auténtica obra maestra, nunca se sabe.
La isla misteriosa
Julio Verne (Francia)
Otro de los libros de mi infancia. Una gran aventura en la que, como si fuera poco, reaparece el legendario capitán Nemo. Me lo regaló, una tarde de los años 1960, Angélica, mi joven vecina de la calle A, en La Habana, quien era la secretaria personal de Alejo Carpentier cuando este fungía como director de la Editora Nacional de Cuba.
La guerra de las salamandras
Karel Capek (Checoslovaquia)
Aunque no he vuelto a leer completa esta originalísima novela de fantasía social, publicada por primera vez en 1936, ahí está, en un estante de mi biblioteca, esperándome pacientemente, con la certeza de que finalmente lo haré. A veces abro sus páginas y leo algunas líneas. Es una historia originalísima y de una envidiable riqueza composicional. Cosa curiosa: las salamandras están entre los animales que no soporto tener cerca…
(La foto que encabeza esta nota muestra la sugestiva instalación Home, expuesta por el artista plástico colombiano Miler Lagos en MagnanMetz Gallery, Nueva York, en 2011.)
Epepeh lo leí hace 34 años en un momento muy difícil de mi vida, estaba recuperándome de una fractura de tibia y peroné. Yo me sentía recluido ante la imposibilidad de moverme libremente.
Fue de un impacto muy fuerte, desesperante diría, pero la novela jamás se perdió de mi memoria. Cada vez que me encuentro en una situación sin aparente salida me viene a la mente el protagonista perdido y desconcertado en una metrópolis absolutamente desconocida.
Un excelente ejemplo de novela distópica.
Una lista muy estimulante. Hace poco pasé por Guadalquivir y conseguí en oferta tres libros de Capek que no había leído (además de la genial “Guerra de las salamandras” están los cuentos para niños y RUR, la obra teatral célebre porque ahi inventa o usa por primera vez en su actual sentido la palabra “robot”). El punto al que iba es éste: de los tres libros, dos están bien “Hordúbal” y “El terremoto”, pero el tercero es una novela tan extraordinaria, tan inteligente y tan perfecta que muero por recomendarla. Ya sé que estaría agregando una tarea más a tus lecturas pendientes, pero igual va el título: “La krakatita”, escrita en 1926, donde Capek anticipa la guerra nuclear. Un saludo. Hugo
Hugo, no conocía el libro de mencionas. Gracias por recomendarlo. Tomo nota a ver si doy con él. Un abrazo.