En el 150 aniversario del natalicio de Constantino Kavafis.
La literatura me ha llevado a hacer cosas extrañas y casi inconfesables, pero de las que no me arrepiento.
Por ejemplo, cuando viajé a Egipto. Tenía el sueño de ver Alejandría. La ciudad híbrida, multicultural, que compartían musulmanes, judíos y cristianos coptos, y que yo conocía gracias a las novelas del Cuarteto de Lawrence Durrell y a los poemas de Constantino Kavafis. Sabía que ya Alejandría no sería la misma, pero tenía la ilusión de que algo de la atmósfera y el espíritu de mi “Alejandría literaria” hubieran sobrevivido.
“¿Será posible que no quede nada de aquel pasado?”, me dije cuando me enfrenté a una ciudad árabe por los cuatro (no, por los cinco) costados, sin griegos ni británicos y, por supuesto, sin judíos.
Entonces pensé: “Si busco en los lugares que frecuentaba Kavafis, quizás encuentre algo de la antigua ciudad”. Pero no, no lo encontré ni en los viejos cafés ni tampoco en el hotel Cecil, junto al Mediterráneo. Y aunque entré a varios comercios, en ninguno vi esos apuestos jóvenes cuya belleza él celebró en sus versos.
Por último, caminé hasta la casa donde pasó Kavafis los últimos 30 años de su vida. ¿Cómo la encontré? Por terco que soy. Por puro azar. Porque al Poeta de Alejandría, uno de los más grandes de todos los tiempos, los guías turísticos egipcios de hoy no lo conocen. Fue olvidado, lo “borraron” de su ciudad, un señor con gustos tan raros no vivió nunca aquí. Su apartamento es un museo muy modesto que sostiene el consulado griego. Pagué la entrada al vigilante –y único empleado del lugar–, que estaba viendo un juego de fútbol en un televisor, y entré a las habitaciones.
Como el guardián estaba muy concentrado en el partido y no tenía el menor interés en vigilarme, me moví con la mayor libertad por todas partes.
Al llegar al dormitorio del poeta y ver su cama, sentí el impulso de acostarme en ella. Y como nada ni nadie me lo impedía, lo hice. Me acosté en la cama de Kavafis. Qué impertinencia, ¿no? Un escritor no debería hacer esas cosas en un museo. Pero así fue. Tal como lo cuento.
Barriga arriba, me pregunté cuantos poemas habrían nacido allí. Porque la cama suele ser un lugar importante en la vida de los creadores literarios. Es un espacio privilegiado para las ideas, las emociones, la imaginación.
No sé que habrá pensado el fantasma de Kavafis. Porque estoy casi seguro de que su fantasma rondaba por la habitación. Lo más probable es que no le haya dado ni frío ni calor. Si en su cama no hubiera estado el cincuentón que escribe estas líneas, sino el jovencito que era yo cuando leí por primera vez “Itaca”, con seguridad el fantasma se habría materializado ante mí más rápido que inmediatamente.
El caso es que allí estaba yo, en la cama de Kavafis, y me puse a leer un poema suyo. Y al leerlo entre aquellas cuatro paredes sentí, por primera vez, que estaba realmente en mi Alejandría imaginada. Es decir: en la Alejandría de Kavafis y de Durrell. La de mis libros tan queridos. La que había ido a buscar.
“Al fin”, me dije, “al fin he llegado”.
Que envidia..! yo no me hubiese atrevido.
Es una delicia leer sus escritos. Soy fan de su “Chiquita”, uno de los mejores premios Alfaguara.
Gracias en nombre de los admiradores del gran Cavafis.
Hermosa nota. Lo felicito. Tiene una fiel lectora en el DF.
Me imagino que es una experiencia inolvidable y vaya que quisiera vivirla. EStoy seguro de que Cavafis se sintió muy halagado por tu presencia.
Ha sido una buena historia, tanto que quiero estar en la cama de Cavafis!
Oh, que esplendida narracion! Gracias!
Agradezco sinceramente todo su Relato..de sus experiencias !!! le dire’ senti Curiosidad y decidi Leer y me senti tan Emocionada con forme Leia…y al final me Dije…pues si, es Cierto lo que dicen… el Que Busca encuentra !!! creanme me Agrado tanto Leer sus Lineas, tan amenas, su Relato de tal formaaa que me indujo a la curiosidad!!! siiiiiiiiii…sera que siempre fui curiosa y nunca me quede con la Duda de Algo cuando queria encontrar o descubrir …mi comentario es para Felicitarlo y el Señor lo Bendiga…un Abrazo.
Hola Antonio, leer lo que escribes me resulta como lector, imprescindible. Trato de leerte siempre, porque son tantas las lecturas que hago diariamente, y lo que has escrito la verdad me ha dejado maravillado.