En la cama de Kavafis

En el 150 aniversario del natalicio de Constantino Kavafis.

La literatura me ha llevado a hacer cosas extrañas y casi inconfesables, pero de las que no me arrepiento.

Por ejemplo, cuando viajé a Egipto. Tenía el sueño de ver Alejandría. La ciudad híbrida, multicultural, que compartían musulmanes, judíos y cristianos coptos, y que yo conocía gracias a las novelas del Cuarteto de Lawrence Durrell y a los poemas de Constantino Kavafis. Sabía que ya Alejandría no sería la misma, pero tenía la ilusión de que algo de la atmósfera y el espíritu de mi “Alejandría literaria” hubieran sobrevivido.

“¿Será posible que no quede nada de aquel pasado?”, me dije cuando me enfrenté a una ciudad árabe por los cuatro (no, por los cinco) costados, sin griegos ni británicos y, por supuesto, sin judíos.

Entonces pensé: “Si busco en los lugares que frecuentaba Kavafis, quizás encuentre algo de la antigua ciudad”. Pero no, no lo encontré ni en los viejos cafés ni tampoco en el hotel Cecil, junto al Mediterráneo. Y aunque entré a varios comercios, en ninguno vi esos apuestos jóvenes cuya belleza él celebró en sus versos.

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El enigma de Coral Castle

A las afueras de Miami, camino de Key West, está Coral Castle, un lugar de culto para los amantes de los enigmas. Rodeado por gruesas murallas, este insólito parque reúne un conjunto de esculturas monumentales talladas en roca de coral: desde un telescopio para localizar la estrella Polar hasta un reloj de sol, un trono y un portón de nueve toneladas de peso que en sus buenos tiempos giraba alegremente impulsado por el viento.

La historia del “castillo de coral” es apasionante. En 1918 llegó a Florida City un emigrante latvio llamado Edward Leedskalnin; compró un terreno por 10 dólares y se dio a la tarea de construir en él réplicas en piedra de Saturno, Marte, Venus y la Luna, entre otras caprichosas creaciones. Nadie sabe cómo hacía para cortar y desplazar las enormes rocas, pues Ed trabajaba de noche, solo, e interrumpía su labor si sospechaba que alguien merodeaba cerca. Cuando le preguntaban cómo se las arreglaba para mover semejantes moles, se limitaba a decir que conocía secretos de la época en que los egipcios construyeron las pirámides. Si hablaba en serio o si simplemente fanfarroneaba es difícil asegurarlo, pero con las precarias y risibles herramientas que usaba para trabajar, difícilmente alguien podría reproducir sus asombrosas creaciones.

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