Leí por primera vez El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de la autora sueca Selma Lagerlöf, hace mucho tiempo, en La Habana, cuando tenía unos diez años. Recuerdo que el libro, publicado por la Editora Juvenil, llegó a mis manos con olor a tinta fresca, como todos los que me regalaba una joven vecina llamada Angélica, la simpática y generosa secretaria de Alejo Carpentier –director, por esos años, de la Imprenta Nacional de Cuba.
Si aquella primera lectura de las aventuras de Nils Holgersson y los patos salvajes me apasionó, la más reciente me ha permitido comprobar que la capacidad de seducción de la obra y de hacer creíble una historia esencialmente fantástica no han disminuido en lo absoluto.
Concebido por Lagerlöf en 1907 como un singular texto de geografía para las escuelas primarias suecas, el libro entremezcla la descripción de bosques, ríos, minas, castillos y ciudades con cuentos, leyendas, tradiciones y episodios que ponen a sus héroes en todo tipo de situaciones sorprendentes y arriesgadas. Es una saga que combina de forma magistral lo mítico y lo contemporáneo, la aventura, el lirismo, la reflexión y el humor.
Nils, el holgazán de duro corazón a quien un duende convierte en “Pulgarcito” para darle un escarmiento, es uno de los personajes más coherentes y atractivos de la narrativa para niños de todos los tiempos. Pero también Okka, la vieja pata que guía la bandada, adquiere especial protagonismo, por la fuerza de su carácter y su sabiduría, en un libro donde abundan los personajes atractivos, que entablan entre sí relaciones complejas en las que hay cabida para una amplia gama de sentimientos.
El desenlace –cuando, tras su simbólico viaje de crecimiento, Nils retorna a la pequeña granja de sus padres y debe decir adiós a los patos– es de una extraordinaria y sobria emotividad. Al leer la última página de este relato de la ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1909, uno experimenta una extraña sensación de pérdida y no se decide a cerrar el libro, como si de esa forma quisiera conservar intacto el vínculo afectivo que ha establecido con las criaturas de la ficción. Algo así no sucede a menudo al concluir la lectura de una obra; cuando ocurre, no hay dudas de que se trata de gran literatura.
Aquí les copio el final de El maravilloso viaje de Nils Holgersson:
Cuando llegó a lo alto de la duna se volvió para mirar los grupos de pájaros que se preparaban para atravesar el mar. Todos lanzaban al aire sus llamadas. Pero de todos, solo una bandada de patos voló en silencio mientras él pudo seguirla con los ojos.
Mas el ángulo que formaba era de un orden tan perfecto, los intervalos tales como correspondían, la velocidad del vuelo la indicada y el golpe de las alas vigoroso y rítmico. Nils sintió una sensación tan dolorosa que casi hubiera preferido continuar siendo un Pulgarcito para poder viajar por encima de la tierra y del mar con una bandada de patos salvajes.
Yo lo estoy leyendo ahora, con 60 años. Me está gustando mucho y no he querido leer el párrafo final para disfrutarlo más. Muchas gracias por este artículo. Me ha encantado. Un saludo
Agradezco el recuerdo. Fue un libro muy importante para mí, una lección para quienes no creen que puede haber literatura didáctica valiosa que enseña sin desmerecer la calidad literaria. Muchos años después de leer este libro, tuve la oportunidad de recorrer Suecia de punta a punta. Los recuerdos de aquel otro maravilloso viaje a través de las letras afloraron con facilidad, especialmente en los bosques de Laponia, me parecía ver asomar gnomos entre la maleza.
Un libro que queda en el recuerdo aunque pasan los años
Gracias por hacerme recordar este libro
Excelentes recomendaciones.
Recuerdo cuanto disfrute este libro durante mi niñez. Lástima que en la actualidad muchos niños se nieguen a leer libros tan extensos.
Yo no he leído “Niels Holguersson…” . Creo que tuve alguna vez la misma edición a que te refieres, Antonio, pero la encontré tan pesada en las manos como en la vista. Lo cierto es que yo no era un lector muy corajudo y sin mucha y rápida acción se me caían los libros de las manos. Tengo que colmar esa laguna de mi cultura. Y mucho más después de haber visitado a menudo Suecia durante los tres años que viví en Dinamarca. Pero lo que quería comentar es que lo que me llamó la atención del títtulo de tu post es que pensé que hablabas realmente de un Pulgarcito sueco. Es que “Meñique” (el pulgarcito cubano incluido por José Martí en La Edad de Oro) no es otra cosa que una traducción bastante directa del cuento del francés Edouard de Laboulaye “Poucinet” (Pulgarcillo podríamos traducir) que en realidad es un cuento de tradición oral finlandesa (ruso-finlandesa creo que dice en el libro de Laboulaye “Contes bleus” de donde probablemente Martí lo tomó. Seguramente Martí cambió “Pulgarcillo” por “Meñique” a fin de evitar la confusión con el cuento que bien conocemos en versión de Perrault. Como se ve, en el siglo XIX, las fuentes de literatura popular alimentaron mucho los que hoy consideramos clásicos de literatura infantil…
¡Qué emoción! De pequeña veía la serie de dibujos animados que hicieron a partir del libro y el final me provocó muchísima tristeza…¡no quería que volviese a casa :)!
Cuando le pregunto a gente de mi edad por esos dibujos nadie los recuerda…por eso me ha encantado leer este artículo.
Un saludo
Muy hermoso relato, me refresca la memoria en torno a mi niñez.
¿Alguien no habrá leído alguna vez en su infancia la historia de pulgarcito?. De niña creía en la magia de las historias leídas, no había TV, podía quedarme extasiada siguiendo lo cuentos en las rodillas de papá o tratando de dibujar lo escuchado, maravillosos tiempos pasados. No fui ilustradora, tampoco escritora, sin embargo me place la lectura de lo que pueda dar algo de magia a la vida.