A las afueras de Miami, camino de Key West, está Coral Castle, un lugar de culto para los amantes de los enigmas. Rodeado por gruesas murallas, este insólito parque reúne un conjunto de esculturas monumentales talladas en roca de coral: desde un telescopio para localizar la estrella Polar hasta un reloj de sol, un trono y un portón de nueve toneladas de peso que en sus buenos tiempos giraba alegremente impulsado por el viento.
La historia del “castillo de coral” es apasionante. En 1918 llegó a Florida City un emigrante latvio llamado Edward Leedskalnin; compró un terreno por 10 dólares y se dio a la tarea de construir en él réplicas en piedra de Saturno, Marte, Venus y la Luna, entre otras caprichosas creaciones. Nadie sabe cómo hacía para cortar y desplazar las enormes rocas, pues Ed trabajaba de noche, solo, e interrumpía su labor si sospechaba que alguien merodeaba cerca. Cuando le preguntaban cómo se las arreglaba para mover semejantes moles, se limitaba a decir que conocía secretos de la época en que los egipcios construyeron las pirámides. Si hablaba en serio o si simplemente fanfarroneaba es difícil asegurarlo, pero con las precarias y risibles herramientas que usaba para trabajar, difícilmente alguien podría reproducir sus asombrosas creaciones.
En 1938, el ermitaño llegó a la conclusión de que Florida City se había poblado demasiado y, para alejarse de los curiosos, decidió trasladar su universo a Homestead, una localidad a 16 kilómetros de distancia. De madrugada colocaba las esculturas en un remolque y por la mañana un vecino las arrastraba con un tractor hasta su nueva ubicación.
En Homestead, Ed siguió añadiendo nuevas piezas a su peculiar jardín y empezó a aceptar visitantes, a quienes cobraba una módica suma por la entrada. Según él, su trabajo de largos años era un homenaje a “Dulces Dieciséis”, una chica de su pueblo natal que lo abandonó la noche antes de la boda. El silloncito de piedra destinado al hijo que pudieron haber tenido prueba que nunca logró olvidarla.
Lo mejor de este “Stonehenge en miniatura” es que nadie te regañará si durante la visita se te antoja acostarte a descansar en la cama matrimonial de Ed y Dulces Dieciséis. ¿Cómo se las arregló un hombre, que distaba mucho de ser un Hércules, para extraer y tallar, sin ayudantes, las 1.100 toneladas de rocas que conforman esta maravilla de ingeniería y humor? Misterio… Hasta el momento, nadie tiene una respuesta convincente. Ed falleció en 1951 y se llevó el secreto consigo.
Maravillosa su crónica. Me encanta leer sobre lugares como este…
No sabía que existiera ese lugar en Miami. Voy a visitarlo en cuanto pueda. Gracias por escribir sobre este lugar.
Descubrí este sitio hace 20 años, apenas llegué a Miami. Me fascinó tanto que escribí un artículo sobre él en el diario El Nuevo Herald, donde trabajaba entonces. Años después, mi atracción por el lugar seguía intacta. Por eso, uno de los capítulos de mi novela “La isla de los amores infinitos” se desarrolla ahí. Gracias por este post. De vez en cuando es bueno recordarle al mundo que Miami también tiene sitios misteriosos y legendarios que vale la pena conocer.