Viaje al centro de la escena

Uno de los mayores alicientes que tuvo mi aventura como crítico de teatro en las páginas del periódico El Nuevo Herald fue poder disfrutar del trabajo de los diseñadores de escenografía y vestuario Jorge Noa y Pedro Balmaseda. Cada visita a una sala para ver un nuevo espectáculo en el que ellos estaban involucrados fue una ratificación de su talento y de su creatividad. Durante esos años, pude valorar las excelentes propuestas de este binomio para montajes de obras de épocas y estilos muy diferentes: desde el colorido y desenfadado homenaje a la commedia dell’arte en Los intereses creados hasta la sombría y ambiciosa aproximación al mundo del boxeo profesional en Filo al fuego.

Experiencias como esas, sumadas a trabajos suyos apreciados posteriormente, me han convencido de que Noa y Balmaseda entregan en sus proyectos algo más que hermosos e inteligentes diseños teatrales: nos ofrecen una lectura personal y profunda de cada una de las obras dramáticas a las que se enfrentan. Ese es el verdadero “sello” de dos creadores que se distinguen por su admirable versatilidad expresiva: la capacidad para traducir lo medular de los conflictos y de la sicología de los personajes a un sugestivo lenguaje de formas, volúmenes y espacios, en el que el color, la textura y la perspectiva suelen devenir protagonistas.

Con una notable libertad de códigos y registros artísticos, estos incansables demiurgos transitan, en un constante y enriquecedor ir y venir, del barroquismo y el colorido a la austeridad y el monocromatismo; de lo monumental a lo íntimo; de la mirada realista a la fantástica… Encontrar sus nombres asociados a una puesta en escena es la mejor invitación a acudir al teatro, un reclamo al que resulta difícil sustraerse. Con esta muestra retrospectiva, que sintetiza su exitosa trayectoria en el diseño de escenografía y vestuario, Noa y Balmaseda nos convidan a acompañarlos en un singular y deslumbrante viaje al centro de la escena.

Nota escrita para el catálogo de la exposición de diseños de escenografía y vestuario Viaje al centro de la escena, presentada por Jorge Noa y Pedro Balmaseda en el Koubek Center, Miami, en julio de 2013.

El enigma de Coral Castle

A las afueras de Miami, camino de Key West, está Coral Castle, un lugar de culto para los amantes de los enigmas. Rodeado por gruesas murallas, este insólito parque reúne un conjunto de esculturas monumentales talladas en roca de coral: desde un telescopio para localizar la estrella Polar hasta un reloj de sol, un trono y un portón de nueve toneladas de peso que en sus buenos tiempos giraba alegremente impulsado por el viento.

La historia del “castillo de coral” es apasionante. En 1918 llegó a Florida City un emigrante latvio llamado Edward Leedskalnin; compró un terreno por 10 dólares y se dio a la tarea de construir en él réplicas en piedra de Saturno, Marte, Venus y la Luna, entre otras caprichosas creaciones. Nadie sabe cómo hacía para cortar y desplazar las enormes rocas, pues Ed trabajaba de noche, solo, e interrumpía su labor si sospechaba que alguien merodeaba cerca. Cuando le preguntaban cómo se las arreglaba para mover semejantes moles, se limitaba a decir que conocía secretos de la época en que los egipcios construyeron las pirámides. Si hablaba en serio o si simplemente fanfarroneaba es difícil asegurarlo, pero con las precarias y risibles herramientas que usaba para trabajar, difícilmente alguien podría reproducir sus asombrosas creaciones.

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El Salvaje Oeste motorizado

Imaginen por un momento que sueltan a todos los pacientes recluidos en un enorme manicomio. Pero antes de dejarlos salir, a cada uno le entregan la llave de un automóvil y le piden que se lance en él, con la mayor velocidad posible, por las calles. Con toda seguridad, los dementes al volante cometerían todas las infracciones imaginables, y los accidentes y los muertos estarían a la orden del día.

Ese utópico cuadro podría ser una buena descripción de lo que es el tránsito hoy día en la ciudad de Miami. Con una ligera diferencia: aquí, aunque existan choferes locos, son una minoría. La mayoría de los que tienen un volante en las manos están cuerdos y muchos de ellos violan las reglas de manera consciente, de a porque sí. “Las reglas se hicieron para burlarse de ellas”, pareciera ser la consigna de un sinfín de choferes para quienes no hay diferencia entre conducir un auto por una pista de carreras o por una calle de una zona residencial, por un expressway o por un estacionamiento. Si a eso sumamos la cantidad de gente a la que uno no entiende cómo diablos pudieron darle una licencia de conducción, el panorama es de película de terror.

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