Hay escritores que sudan tinta para enlazar una palabra con otra, para armar frases y párrafos que puedan ser leídos de forma fluida y armoniosa. Algunos no lo consiguen por más que se esfuercen y lo más que alcanzan es un texto correcto, bien redactado, pero sin elegancia ni encanto, un poco “tieso”.
Primera razón para admirar a Chely Lima: Su escritura es diáfana, transparente, con una cadencia envidiable y una distinción que uno intuye, o desea creer, natural. Si yo fuera un escritor cursi del siglo XIX, podría decir que cuando ella nació, una de las siete famosas hadas de Güira de Melena que se acercaron a su cuna para concederle diferentes dones le otorgó el de escribir con esa prosa que parece surgir pulida, brillante, sin necesidad de tortuosas manipulaciones. Quizás al escuchar esta razón para admirarla, a Chely Lima le parezca infundada. Tal vez argumente que, como cualquier escritor común y silvestre, ella tiene que armar y desarmar las frases, pulir y bruñir los párrafos hasta lograr ese acabado resplandeciente que los caracteriza. Puede que, en parte, sea cierto, aunque a lo largo de los años he podido leer o escuchar con admiración muchas páginas manuscritas suyas, acabadas de escribir, sin tachaduras ni enmiendas, y eso me ha hecho pensar siempre que, si los ángeles quisieran escribir, se anotarían en un taller de creación literaria de la nada angelical, pero sí conocedora de los secretos de la escritura, Chely Lima.
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Hay escritores que escriben muy bien, pero no cuentan mucho. Sus libros apuestan más por las florituras de estilo que por los personajes, los conflictos o la acción. Al leerlos, uno adivina que en realidad el verdadero protagonista, el único personaje creíble, es el propio autor, que insiste e insiste en comentarnos, con narcicismo: “qué bien escribo, qué estupendo escritor soy”.
Segunda razón para admirar a Chely Lima: Es una narradora de pura cepa, tiene la manía de contar incorporada en el ADN. La técnica literaria y el estilo son, para ella, un medio, nunca un fin. En lugar de hacer ostentación de la calidad y la solidez de su escritura, prefiere relegarlas a un discreto segundo plano para que no distraigan al lector, para que no compitan con lo que es su prioridad: cautivarlo como Scherezada cautivó, durante mil y una noches, a un sultán todopoderoso, cornudo y misógino. Chely Lima pertenece a la raza de los auténticos demiurgos, esos escritores que no necesitan de muchas líneas para poner ante nuestras narices un universo, ya sea real o fantástico, y no solo hacerlo creíble, sino impulsarnos a habitarlo, a compartirlo con las criaturas de todo tipo que transitan por él. Chely ha escrito sus cuentos, novelas y obras de teatro, guiones de cine y de televisión, urgida siempre por la necesidad de contar, de librarse de personajes, adorables u odiosos, que la rondan y que le exigen, sin tregua, que ponga sus historias sobre el papel. Más aún, incluso cuando escribe poemas, se adivinan personajes, paisajes, sucesos que delatan a una fabuladora impenitente. Ella nos cuenta lo que ha vivido y lo que han vivido otros, pero también lo que quisiera vivir y que viviéramos.
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Hay autores para quienes la ficción es apenas un pretexto para compartir ideas, tesis y también, como diría el inefable Charly Garcia, “filosofía barata y zapatos de goma”. Otros ponen sus obras al servicio de un sinfín de causas sociales: desde los derechos civiles hasta la protección del planeta. A menudo, en ese ir y venir de la ficción al mensaje y del mensaje a la ficción, el arte queda relegado al papel de siervo, algo que no debería suceder, por más importante que sea la causa que el escritor defienda.
Tercera y última, entre otras muchas posibles razones, para admirar a Chely Lima: Sus historias no han sido concebidas como vehículos para transmitir mensajes. Cuando entramos en sus universos de ficción, quedamos expuestos, es cierto, a una gran riqueza de ideas que giran alrededor de nosotros, provocativas, hostigándonos para que tomemos partido y nos pronunciemos acerca de ellas. Pero ese plano conceptual se desprende de las situaciones por las que atraviesan los personajes, pocas veces se explicita y menos se subraya. Hay, sí, en la literatura de esta creadora una suerte de supraobjetivo –por llamarlo de algún modo– que está presente en buena parte de su obra: la reivindicación de los “diferentes”, del derecho del Otro no solo a ser respetado, sino a pertenecer y participar. Esa preocupación –que abarca múltiples esferas de la vida, desde la política hasta la religión, pasando por la sexualidad– está presente en novelas como Triángulos mágicos, en obras de teatro como Tres historias de hotel, en un cuento para niños como El cerdito que amaba el ballet, en poemas como “Oda a la comunicación” y, por supuesto, también en Memorias del tiempo circular, el libro que se presenta hoy. En estas obras, Chely Lima defiende un mundo plural, desprejuiciado, abierto a todas las posibilidades del ser humano, y lo hace a veces con ternura, a veces con sarcasmo, con matices espirituales o eróticos, pero siempre con una rabiosa sinceridad.
Texto leído el 2 de abril de 2014, en el Koubek Center de Miami Dade College, durante la presentación del libro Memorias del tiempo circular, de Chely Lima, organizada por la Fundación Cuatrogatos, Eriginal Books y The Center @ MDC.