–Veintidós años sin Eliseo Diego.
Falta algo más de un par de horas para que se termine este primer día de marzo y justo ahora recuerdo que un día como hoy, en el año 1994, falleció en Ciudad de México uno de mis autores cubanos preferidos: Eliseo Diego; alguien a quien me gusta, a veces, llamar maestro, aunque nunca revisó un texto inédito mío para hacerle correcciones ni me dio ninguno de esos consejos que suelen dar los grandes a los jóvenes escritores. Pero algunos amigos muy cercanos a mí en los tempranos años 1980 saben que a menudo, cuando necesitaba escribir algo bien, me encerraba un rato primero con sus Divertimentos, con El oscuro esplendor, con El libro de las maravillas de Boloña, con la esperanza de que algo de la luminosidad y el virtuosismo de orfebre de su creaciones llegara, por carambola, a las páginas de Striptease, mi primer libro de cuentos para adultos, que por entonces estaba escribiendo.
Ha pasado el tiempo y hace mucho que renuncié al gozoso ritual de sumergirme en sus cuentos y sus poemas como una ayuda para poder adentrarme en el acto de la escritura ligero de carga, con todos los sentidos atentos a lo esencial, ajeno a modas y consignas pasajeras. Y aunque por el camino terminé hallando mi manera personal de provocar y de conjurar a los demonios de la escritura que me tocaron en suerte, no por ello he renunciado al placer del reencuentro con los viejos libros de Eliseo, algunos autografiados por él, que conservo como lo que son: verdaderos tesoros, talismanes que me han ayudado a desprenderme, hecho pedazos, de un país y a tratar de recomponerme en otro, en este agotador juego del exilio y la errancia.
Miro atrás y me digo: “Qué suerte haber podido visitar a Eliseo Diego en su estudio o en portal de su casa en la calle E entre 21 y 23, y oírlo conversar sin apuro, con su infaltable cigarrillo humeante y su tacita de ron mañanero, sobre amigos tan antiguos y admirados como Walter de la Mare, Robert Louis Stevenson o Fiodor Dostoievski, o sobre los entresijos de la guerra hispano-cubano-americana. Para varios escritores de mi generación, esas visitas a ese “sitio donde tan bien se estaba” se convirtieron en invalorables sesiones de psicoterapia para soportar el sinfín de penurias, decepciones y amenazas que nos obsequiaba un entorno social intimidador y totalitario, en el que una discreta conversación literaria en voz baja sobre los maestros de las letras anglosajonas (o, en su defecto, una buena sesión de sexo duro, promiscuo y clandestino) estaba entre los contadísimos espacios de libertad que se podían disfrutar.
Eliseo, maestro del oficio de escritor, fue también, quizás sin proponérselo, maestro del oficio de la sobrevivencia. Masticado, pero no tragado del todo, se las ingenió para ser fiel a sí mismo sin hacer más que las ineludibles concesiones del creador que no tiene interés en inmolarse frente a la jauría. Gracias, Eliseo, por leernos, en tu búnker del Vedado, un verso de Rilke o por compartir una réplica del gato de Cheshire, justo en el momento en que miles y miles de televisores y radios de cualquier barriada de la ciudad nos bombardeaban con burdas consignas sobre los frankenstein socialistas que denominaban “el Hombre Nuevo” y sobre enemigos terribles e inminentes peligros provenientes del Norte “imperialista” que nunca llegaban, que nunca llegaron y que, me temo, nunca llegarán. ¡Caramba, pero cuánto y qué profundamente nos jodieron con esa interminable cantaleta!
Eliseo, se acerca la medianoche y trato de recuperar en mi recuerdo sus ojos de párpados caídos, como somnolientos; su forma de acomodarse, como en un trono, en su sillón favorito; su voz siempre a un tris de no oírse, como si saliera de un confesionario; su ropa blanca e impecable. En lo que queda de este primero de marzo de 2016, lo imagino leyendo una vez más el mismo verso que nunca nos cansamos de escuchar: “si alguien pregunta díganle / aquí no pasa nada, no es nada más que la vida”.
Tuve la suerte de hacer eso mismo–visitarlo en la UNEAC, varias veces, sentarme a conversar con el de poesia, que autografiara sus libros para mi, y que leyera mis poemas. Tuvo la gentileza de declararme poeta….escribi un articulo sobre eso hace tantos annos, y no se como se me perdio. Una ocasion me obsequio una bolsa de tabaco de pipa holandes–ambos fumabamos en pipa. Otra, saco de una gaveta una antologia de poesia inglesa y norteamericana, 1853-1953, de Bantam Books, e insistio en que me la quedara–me vino de perillas para unas conferencias que estaba dando. Si, he sido afortunado…..(ah, Antonio Orlando, soy uno de los Fumero, el que escribe science fiction).
En su casa estuve tambien, con un amigo comun en aquellos tiempos–sabias que invento un juego de mesa de guerra, con modelos de soldaditos que pinto el mismo? El juego era divertidisimo, con dados y un tablero, y ademas con los nombres que habia inventado para los generales de los ejercitos. Todavia recuerdo que entre los generales italianos estaba Giovanni Ionofuini, y Massimo Cagazzone….smile emoticon