Números y olor a podrido

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Lo más terrible del festival de atentados y matanzas de diversa índole que han tenido lugar durante los últimos años en Estados Unidos –posibles, en buena medida, por la proliferación de armas de fuego en manos de todo tipo de lunáticos y de terroristas– es que sus víctimas se están empezando a convertir, poco a poco, en cifras. Y eso es casi tan terrorífico como la crueldad y la sin razón de sus asesinatos.

–¡Que desgracia! ¿Se enteró? ¡Otra masacre, en El Paso!

–¡¿Cuántos mataron esta vez?!

–Veinte.

–Bueno, por suerte no llegaron a los 57 o 58 de Las Vegas ni a los 40 de la discoteca en Orlando.

–Pero fueron más que los 17 de Parkland y los 13 de Columbine.

(…)

–¿Ya vio la noticia? Otra masacre, esta en Dayton, pero por suerte esta fue de solo de 9 muertos.

–¡Gracias a Dios!

Los crímenes múltiples se suceden tan rápido que cada vez el tiempo para lamentarlos y procesarlos se está haciendo menor, porque no tarda mucho en producirse otro. 28 de julio. 3 de agosto. 4 de agosto. Y los muertos –niños, jóvenes, adultos o ancianos asesinados de forma indiscriminada por un loco, un terrorista, un supremacista o un delincuente– empiezan, qué preocupante, a correr el riesgo de volverse estadísticas; números sin caras sin historias, sin dolientes más allá de sus familiares y amigos cercanos, números grandes o chicos que encontramos en los titulares de las noticias y que las redes replican incansablemente. Números que, en algunos casos, las autoridades sacan a relucir en sus mensajes de condolencia, las banderas ondean a media asta y después no pasa nada.

Por favor, no nos habituemos al horror de estos crímenes. Mueran una o cien personas, este fenómeno es una prueba más, y sumamente grave, de que algo anda muy mal en nuestra sociedad. Algo que tiene que ver con la proliferación de armas, pero también con el odio, la intolerancia y el racismo, con la formación y los valores de las nuevas generaciones, con la educación familiar y escolar, con la sociedad y la política.

Dos asesinos masivos de veintipocos años que acaban en un abrir y cerrar de ojos con un montón de vidas, en dos ciudades distintas y con pocas horas de diferencia, es algo muy revelador, más allá de las diferentes explicaciones que puedan dar quienes apretaron los gatillos para explicar sus motivaciones. El tirador de Dayton solo tuvo que disparar menos de un minuto para matar a nueve personas y herir a 27.

Algo está podrido. Y no precisamente en la Dinamarca de Hamlet.

2 thoughts on “Números y olor a podrido

  1. Excelente, Tony! Es verdaderamente aterrador que no se haga nada, y que la costumbre de escuchar esta noticia de las matanzas se instale en nuestra sociedad.

  2. El amor se está extinguiendo y el olor a podrido nos ahoga.El llanto se hace cotidiano.Asi estamos.
    Excelente,AO Rodríguez!

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