Números y olor a podrido

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Lo más terrible del festival de atentados y matanzas de diversa índole que han tenido lugar durante los últimos años en Estados Unidos –posibles, en buena medida, por la proliferación de armas de fuego en manos de todo tipo de lunáticos y de terroristas– es que sus víctimas se están empezando a convertir, poco a poco, en cifras. Y eso es casi tan terrorífico como la crueldad y la sin razón de sus asesinatos.

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El Salvaje Oeste motorizado

Imaginen por un momento que sueltan a todos los pacientes recluidos en un enorme manicomio. Pero antes de dejarlos salir, a cada uno le entregan la llave de un automóvil y le piden que se lance en él, con la mayor velocidad posible, por las calles. Con toda seguridad, los dementes al volante cometerían todas las infracciones imaginables, y los accidentes y los muertos estarían a la orden del día.

Ese utópico cuadro podría ser una buena descripción de lo que es el tránsito hoy día en la ciudad de Miami. Con una ligera diferencia: aquí, aunque existan choferes locos, son una minoría. La mayoría de los que tienen un volante en las manos están cuerdos y muchos de ellos violan las reglas de manera consciente, de a porque sí. “Las reglas se hicieron para burlarse de ellas”, pareciera ser la consigna de un sinfín de choferes para quienes no hay diferencia entre conducir un auto por una pista de carreras o por una calle de una zona residencial, por un expressway o por un estacionamiento. Si a eso sumamos la cantidad de gente a la que uno no entiende cómo diablos pudieron darle una licencia de conducción, el panorama es de película de terror.

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El arte de malgastar

Cuando me entero de los precios de algunas cosas que se venden por ahí, me quedo atónito. En Nino’s Bellissima, un restaurante de New York, tienen en el menú una pizza con langosta y seis variedades diferentes de caviar. Me pregunto cuántos querríamos –o podríamos– pagar los ¡mil dólares! que piden por ese plato.

Me imagino que los excéntricos dispuestos a desembolsar esa cantidad de plata por un redondel de pan de 12 pulgadas de circunferencia, no tendrían reparos en irse buscar el postre a Serendipity 3, un conocido “café boutique”, también de Manhattan, que ofrece a sus clientes un sundae llamado Golden Opulence, servido en una copa de cristal de Baccarat. ¿Precio? Otros mil dólares. Lo que le da el toque de distinción a este sundae es que lo sirven adornado con hojas de oro comestible de 23 kilates. ¿Una locura? No para el jeque Hamdan bin Mohammed bin Rashid at Maktoum, príncipe heredero de Dubai, quien hace poco pidió uno y lo pagó en efectivo con una parte del “dinero de bolsillo” que llevaba encima en ese momento.

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