1. Lee a los cada vez más peligrosamente desdeñados autores llamados clásicos. El encuentro con las novelas y los relatos de Guy de Maupassant, Fiodor Dostoievski, Jane Austen, Katherine Mansfield, Thomas Mann, Juan Rulfo, Yasunari Kawabata y Marguerite Yourcenar, entre muchísimos otros, no te convertirá en un gran escritor, pero te será de gran utilidad para descubrir por qué las obras de esos narradores han cautivado, a lo largo de los años, a generaciones de lectores, y todavía continúan haciéndolo. Determinar lo que ha hecho perdurables sus textos puede resultarte más útil de lo que imaginas, además de que quizás te ayude a entender de dónde vienes y a dónde quieres ir. Probablemente te des cuenta de que el agua tibia ya se descubrió (y hace mucho más tiempo del que imaginabas).
2. Cada libro que caiga en tus manos puede convertirse en una oportunidad de perfeccionar tu trabajo literario si haces de él una lectura crítica, que te permita entender los recursos estilísticos y composicionales elegidos por su autor. Este ejercicio funciona incluso con los libros malos, que son inmejorables para tomar conciencia de los errores y proponerse no incurrir en ellos. Por supuesto, no tendría sentido que leyeras siempre de ese modo, pues entonces estarías renunciando al placer de entregarte plenamente, como un simple y gozoso lector, a los poderes de la ficción.