Siete novelas que quiero releer algún día (si me alcanza el tiempo…)

igluHay novelas que leemos en distintos momentos de la vida y que, por un motivo u otro, se enquistan en nuestra memoria y no se desprenden de ella.

No en todos los casos se trata de obras excepcionales; algunas solo obtenderían la calificación de aceptables si nos pillan especialmente generosos. Pero la permanencia en el recuerdo, ya se sabe, no depende necesariamente de la calidad literaria, sino también de las circunstancias en que esas páginas se leyeron, de las expectativas que teníamos al adentrarnos en ellas, de las necesidades que satisficieron o despertaron, en fin… de un sinfín de cosas que no viene al caso pretender enumerar.

A continuación anoto siete libros que leí durante mi niñez, mi juventud o mi madurez (todavía no califico como senior, así que los de la vejez quedan pendientes), y que siempre he deseado releer. En algunos casos no lo he hecho porque no he vuelto a encontrar una edición; en otros, por temor a que en un reencuentro no queden a la altura de mis expectativas. Y muy a menudo ha sido por falta de tiempo: por la necesidad de dedicar las horas de que dispongo para leer por placer a nuevos títulos que me hacen tentadores guiños, prometiéndome villas y castillas, y no a la relectura de los ya conocidos. Aun así, no pierdo la esperanza de volver a “hincarles el diente” algún día a estas obras. Las enumero sin ton ni son, tal como me vienen a la mente:

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TTT y la Habana insomne

Havana

La pequeña y apacible Gibara –un pueblo del oriente de Cuba, junto al Atlántico– no llegaba a los 30 mil habitantes en el año 1929, cuando el periodista y tipógrafo Guillermo Cabrera y su esposa Zoila Infante trajeron al mundo a su primer hijo. Siguiendo la tradición, le pusieron el nombre del padre.

Probablemente la vida de Guillermo Cabrera Infante habría sido otra de haber permanecido en el sitio donde nació, pero a los 12 años se trasladó a la capital del país con sus padres, quienes estaban estrechamente vinculados al Partido Comunista. Es fácil imaginar el deslumbramiento que experimentó el niño al enfrentarse, de repente, a la cosmopolita y bulliciosa Habana de los años 1940. Su fascinación por la gran ciudad fue algo así como un amor a primera vista, una intensa relación que se prolongó durante el resto de su vida.

El recién llegado se propuso convertirse en un auténtico habanero y no tardó en conseguirlo. En la urbe, su gusto por la literatura y el cine se volvió una auténtica pasión. A los 18 años publicó su primer cuento, poco después ingresó en la Escuela Nacional de Periodismo y más tarde creó, con otros cinéfilos, la Cinemateca de Cuba. En 1954, se hizo cargo en la revista Carteles de la sección de crítica cinematográfica, que firmaba con el seudónimo G. Caín (esos artículos fueron reunidos, en 1962, en el libro Un oficio del siglo XX).

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