Imaginen por un momento que sueltan a todos los pacientes recluidos en un enorme manicomio. Pero antes de dejarlos salir, a cada uno le entregan la llave de un automóvil y le piden que se lance en él, con la mayor velocidad posible, por las calles. Con toda seguridad, los dementes al volante cometerían todas las infracciones imaginables, y los accidentes y los muertos estarían a la orden del día.
Ese utópico cuadro podría ser una buena descripción de lo que es el tránsito hoy día en la ciudad de Miami. Con una ligera diferencia: aquí, aunque existan choferes locos, son una minoría. La mayoría de los que tienen un volante en las manos están cuerdos y muchos de ellos violan las reglas de manera consciente, de a porque sí. “Las reglas se hicieron para burlarse de ellas”, pareciera ser la consigna de un sinfín de choferes para quienes no hay diferencia entre conducir un auto por una pista de carreras o por una calle de una zona residencial, por un expressway o por un estacionamiento. Si a eso sumamos la cantidad de gente a la que uno no entiende cómo diablos pudieron darle una licencia de conducción, el panorama es de película de terror.