Don Quijote es la mitad de España y Sancho la otra mitad. El hidalgo es el sueño español de la caballerosidad en toda su absurda maravilla. Es la locura llena de nobleza, de dignidad y de incorruptible galantería que ilumina el carácter español. Su escudero es la tierra española misma. Es todos los hombres que han vivido sobre esa tierra desde que se aró por vez primera. (Orson Welles.)
Si a algún director de cine se le puede aplicar, sin temor a equivocarse, el adjetivo de quijotesco es a Orson Welles (El ciudadano Kane, La dama de Shanghai). Excepto contadas excepciones, el rodaje de sus películas fue siempre una aventura comparable a las del ingenioso hidalgo de La Mancha. Si el personaje de Cervantes se enfrentó con los molinos de viento para dejar en alto su honor de caballero andante, Welles, decidido a hacer arte sin la incómoda supervisión de los productores de Hollywood, también tuvo que lidiar con obstáculos de todo tipo. Desde inversionistas que le fallaban en el último momento hasta actrices que se arrepentían de hacer el papel de Desdémona en su adaptación de Otelo. Una perenne falta de presupuesto lo obligaba a interrumpir sus filmaciones y no le quedaba otra alternativa que sumarse al elenco de películas de dudosa calidad, que lo reclamaban como actor, o dirigir algún documental para la televisión con tal de poder reunir el dinero que le permitiría sacar adelante sus proyectos personales.