Hay novelas que leemos en distintos momentos de la vida y que, por un motivo u otro, se enquistan en nuestra memoria y no se desprenden de ella.
No en todos los casos se trata de obras excepcionales; algunas solo obtenderían la calificación de aceptables si nos pillan especialmente generosos. Pero la permanencia en el recuerdo, ya se sabe, no depende necesariamente de la calidad literaria, sino también de las circunstancias en que esas páginas se leyeron, de las expectativas que teníamos al adentrarnos en ellas, de las necesidades que satisficieron o despertaron, en fin… de un sinfín de cosas que no viene al caso pretender enumerar.
A continuación anoto siete libros que leí durante mi niñez, mi juventud o mi madurez (todavía no califico como senior, así que los de la vejez quedan pendientes), y que siempre he deseado releer. En algunos casos no lo he hecho porque no he vuelto a encontrar una edición; en otros, por temor a que en un reencuentro no queden a la altura de mis expectativas. Y muy a menudo ha sido por falta de tiempo: por la necesidad de dedicar las horas de que dispongo para leer por placer a nuevos títulos que me hacen tentadores guiños, prometiéndome villas y castillas, y no a la relectura de los ya conocidos. Aun así, no pierdo la esperanza de volver a “hincarles el diente” algún día a estas obras. Las enumero sin ton ni son, tal como me vienen a la mente: