Cuando me entero de los precios de algunas cosas que se venden por ahí, me quedo atónito. En Nino’s Bellissima, un restaurante de New York, tienen en el menú una pizza con langosta y seis variedades diferentes de caviar. Me pregunto cuántos querríamos –o podríamos– pagar los ¡mil dólares! que piden por ese plato.
Me imagino que los excéntricos dispuestos a desembolsar esa cantidad de plata por un redondel de pan de 12 pulgadas de circunferencia, no tendrían reparos en irse buscar el postre a Serendipity 3, un conocido “café boutique”, también de Manhattan, que ofrece a sus clientes un sundae llamado Golden Opulence, servido en una copa de cristal de Baccarat. ¿Precio? Otros mil dólares. Lo que le da el toque de distinción a este sundae es que lo sirven adornado con hojas de oro comestible de 23 kilates. ¿Una locura? No para el jeque Hamdan bin Mohammed bin Rashid at Maktoum, príncipe heredero de Dubai, quien hace poco pidió uno y lo pagó en efectivo con una parte del “dinero de bolsillo” que llevaba encima en ese momento.