No me gusta mirar por las ventanillas cuando vuelo. No es que los aviones me intimiden,sino que prefiero olvidarme de que estoy encima de las nubes. Y, sin embargo, esta vezalgo me impulsa a imitar a otros pasajeros y pegar la nariz contra el cristal.
Afuera se ve ya, después de casi seis horas de trayecto desde Santiago de Chile, la Isla de Pascua. Contemplo sus contornos de roca volcánica y su superficie abrupta, de un verde refulgente, que proviene, sobre todo, de la hierba y de pequeños arbustos, pues, a medida que nos acercamos al aeropuerto Mataveri, la escasez de árboles se hace notoria.